11.9.10

El corredor

Esta noche me mandará un mensaje diciéndome lo mucho que me admira, cómo no ha podido contenerse cuando me ha visto cruzar la línea de meta, cómo no ha dejado de pensar en mí todo el día, cómo quiso acercarse para felicitarme pero estaba todo tan lleno de gente que le dio vergüenza, mañana si quieres quedamos me dirá, te apetecería quedar a tomar café, o mejor por la noche, quedamos para cenar?, y será en la mesa al lado de la cristalera que da a la calle que estará llena de luces fugaces y sombras y hombres y mujeres que caminan a lo mejor desnudos con paraguas porque llueve... se me va la pinza, ah pero su pelo rubio, sus piernas y su sexo, la cama, su casa o quizás la mía, qué más da, uff el calor, ya pensaré en ello, voy el cuarto, miro hacia atrás, parece que seis detrás a simple vista, miro adelante, el primero se perdió hace tiempo, uno y dos, sí el cuarto, agg, la garganta seca, el sol debe reverberar en mi frente, necesito una naranja, aún no he visto a los viejos, dónde iban a estar, vete a saber si se han perdido, no me extrañaría, el viejo es un cascarrabias, seguro que se han perdido, no me extrañaría, mi madre se va a amargar si se lo pierde, agg, tengo ganas de verla, de que me vea, y el viejo también... Ya es el puente, joder, este cabrón está a punto de adelantarme, agg, un esfuerzo... silencio y ya lo he dejado atrás, venga, otro... agg, tercero, ya no sé por dónde vamos, ni siquiera sé si hay gente mirando, ritmo, ritmo, ritmo, el cielo es azul, el cielo es azul, el cielo es azul... el círculo vicioso del pensamiento, otra vez, el corredor se vuelve loco por unas horas... agg, por fin, el repostaje, esponja, agua, naranja... el atasco de todos los coches en el cruce sólo para nosotros, el poli con sus gafas de poli, mi abuelo tenía uno igual, uno igual al seiscientos blanco que está primero en la cola frente al poli, el de mi abuelo también era blanco, pero este está restaurado, no me gusta mucho pensar en el pasado, me he dado cuenta de que no me gustan las fotografías porque me dan nostalgia, ahora voy mejor, ya ha pasado la medio pájara, ya no tengo tanto calor aunque sudo como un cerdo, el cabrón del segundo no da tregua, y el otro cabrón pisándome los talones, es bueno, aprieto un poco, mantengo el ritmo, ahora volvemos a cruzar el puente, el río brilla y es verde, es verde, verde, verde, el río verde, la de la cámara de fotos de la izquierda qué buena está, no dejo de mirarla, me sonríe, joder, cuando era pequeño me volvían loco las madres jóvenes de mis amigos, creo que con nueve años ya me la cascaba con la madre del Marcos, mi primera fantasía erótica, toma ya, era morena, de piernas largas, no muy guapa, con unas tetas normales, no muy grandes, a mí me sonreía y se le marcaban dos hoyitos en las mejillas, siempre llevaba falda, joder, no me la casqué yo veces pensando en ella, qué habrá sido del Marquito... me he quedado en blanco, el último cartel decía diez kilómetros, o sea ya vamos por el treintaydos, el Manolo debe ir el octavo si no ha cambiado la cosa, paso de mirar para atrás, ya me enteraré, el cabrón del cuarto ya no me sigue, le he cogido distancia, con el segundo no hay manera, joder, tengo que pillar podio, sería la ostia, y mañana follando con María, sí señor, así se habla, ritmo, ritmo, ritm... ostias mi ex, pero qué hace aquí, será capaz que haya venido a verme, me mira y me saluda, saludo y esbozo una sonrisa o algo parecido... Aún tenemos pendiente el tema del coche, algo me tendrá que dar si se lo queda, vamos, sí o sí... menos mal que no llegamos a tener hijos... ahora hace un poco de menos calor, puta ciudad esta, ni con el río refresca cuando no quiere, debí irme a Madrid, hubiera sido mejor, esto se queda demasiado chico, tengo la saliva espesa, tiro un gargajo y se me pega a la camiseta, joder, puta ciudad digo, vivir tan cerca de los viejos es un coñazo, y mis hermanos a tomar por culo, vienen cuando quieren los cabrones, y mientras el que aguanta pues yo, quién si no, uff, joder, ocho kilómetros, pero qué coño, el cuarto otra vez, el viejo este adelantándome, me he despistao, tanto pensar, joder, ritmo, ritmo, ritmo, aprieto, agggg... cuarto, cojones, no lo consigo, no puedo, se me escapa, maldito viejo, agg, respira, respira, ritmo, ritmo, necesito agua... agg, siete kilómetros, se me va a escapar... ritmo, ritmo, ritmo, agg... silencio, la vena de la frente me va a estallar, no, la vena no, la arteria, porque late, o eso dice mi hermano el médico, joder qué más da, el cuarto, soy el cuarto otra vez, el viejo ya me lleva cincuenta metros cuanto menos, a tomar por culo María, el polvo y la madre que parió... joder, cálmate Antonio, deja de decir tacos, a ver, ritmo, ritmo, ritmo... el silencio me zumba en los oídos, las imágenes son manchas de colores que se fugan, el tiempo, mi tiempo, mi reloj, el cronómetro que marca no sé cuántas horas, minutos o segundos porque qué más da, el tiempo pasa más lento cuando se corre, el tiempo se hace más largo cuando duele... concentración, concentración... Me pregunto qué nos deparará este invierno, la venta de coches sigue jodida, y como no mejore este otoño en invierno me veo en el paro...último repostaje: esponja, agua, naranja... El otoño siempre me ha gustado regular, de pequeño el viejo nos llevaba a buscar setas, yo siempre preferí el verano, cuando nos llevaba a pescar y nos bañábamos en el río, en otoño el bosque se pone triste, aunque las setas me gustan, y el viejo sabía dónde encontrarlas siempre, agg... otra vez la boca seca como el esparto, y acabo de beber... pancarta de últimos seis kilómetros... agg, seis kilómetros, todavía seis y yo con la pájara, delirando vamos... ritmo, ritmo, ritmo... en aquella época el viejo era dios, escupo, no había quien pescara y cogiera setas como él, y para todo siempre el mejor, un gigante indestructible, todos queríamos parecernos a él y ganarnos su orgullo, no había nada mejor en el mundo que cuando te miraba satisfecho desde lo alto y sonreía dándote con un chasquido de dedos en la cabeza... voy mejor, voy encontrándome mejor, cinco kilómetros y meta, tengo que pillar podio, tengo que ganar joder, que se entere mi padre, que me vea María, que lo sepa mi ex... ritmo, ritmo, ritmo... me gustaría tener un hijo... ya no hace tanto calor... me responden las piernas, aprieto... un hijo, un hijo, ahí está el tercero, un hijo joder, un hijo... ahí te quedas viejo cabrón... voy el tercero, voy a tener un hijo, voy a ganar, tengo que ganar, un hijo viejo, un hijo... ritmo, ritmo, ritmo... acabo de adelantar al segundo, estoy llorando creo y entre las lágrimas creo ver la borrosa figura del primero... concentración, ritmo, agg, concentración, aggg, ritmo, agg... empiezo a ver la meta, ya nada me importa, consigo ponerme a su lado, voy al lado del primero, la calle se convierte en una sola pista de color gris, en la zona de meta brilla una potente luz, a los lados ya no veo a gente, ya no veo a nadie, no veo nada, sólo colores y formas que se fugan... es extraño, ya nada me duele, no tengo calor, corro más rápido que nunca, casi vuelo diría... ya no hace falta que me concentre, miro a mi izquierda e intento ver quién con quién lucho, quién intenta llegar antes que yo, follarse a María antes que yo, ganarse la mirada de mi padre antes que yo, tener un hijo antes que yo... pero no puedo saber quién es, el rostro es borroso, no sé por qué, por un momento me parece ver el rostro de mi propio padre, pero no puede ser, es imposible, la meta se acerca, la luz, ya todo va quedando atrás... todo, incluso mi padre, incluso el otro corredor... ya sólo yo, solo yo... voy a ganar, aunque no sé qué.

8.7.10

Encrucijada

La mujer que conducía el viejo automóvil verde paró a un lado de la carretera cuando ésta se partía en dos y cada brazo o cabeza de la misma tomaba direcciones antagónicas.
Orillada en el arcén, la mujer, de pelo rojo, salió del coche, miró el cielo azul con hilachas blancas que reverberaba en los cristales tintados de sus gafas de sol, y cogió un paquete de cigarrillos del salpicadero ardiente a punto de incendiarse. Sacó un pequeño encendedor del único bolsillo de su ceñida falda negra. Prendió uno de los cigarrillos y lo selló con el carmín de sus rojos y carnosos labios. Fumaba lento y profundo, con indiscreto placer, apenas apoyada en el capó. Mientras tanto, miraba distraída y absorta la encrucijada de caminos, sin que su rostro denotara el azaroso rumbo de sus pensamientos.
Habían pasado casi diez minutos cuando la mujer, dando una última y larga calada, dejó caer los restos incandescentes del cigarrillo al suelo, aplastándolo con el tacón también rojo de su zapato izquierdo. Fue justo en ese momento cuando se dio la vuelta y echó un vistazo a su pasado más reciente. El hombre empezaba a divisarse a lo lejos, cual perro sediento, arrastrando los pasos por el arcén, aún fantasma de la calima, aún con el collar colgando del cuello.
Permaneció medio minuto observándolo, el tiempo suficiente para decidir que debía de haber recorrido unos cinco kilómetros desde la gasolinera. Entonces empezó a sentir un repentino cansancio y una extraña pesadez recorriendo sus largas piernas.
Finalmente subió de nuevo al coche y tiró de la puerta verde, arrancó de un golpe y retomó el asfalto con un decidido giro de llantas. No dudo en su elección, puso el intermitente al llegar al cruce y aceleró. No volvió a mirar por el retrovisor hasta bien pasados los siguientes cien kilómetros.
Su torso estaba cubierto por un fina blusa de seda roja, por la que se transparentaba un sugerente sujetador de algodón blanco, el único blanco presente junto a las hilachas vagabundas del cielo y la espuma del océano que en secreto había elegido como destino.

24.6.10

Era digital

El escritor reunió todos sus escritos creando una gran pila sobre la tarde, luego trajo un viejo bidón azul y poco a poco fue trasvasando toda su obra a éste, que acabó lleno de tinta, papel y palabras arrugadas por donde el aire circulaba como por un laberinto de luces y sombras.
Su mano izquierda se introdujo en el bolsillo del mismo lado y extrajo un reluciente mechero zippo cargado de gasolina. Con un doble chasquido de pulgar abrió la tapa y encendió la mecha, acercó el mechero al bidón y en silencio todas sus palabras comenzaron a arder. El escritor quedó callado, mirando cómo las finas cenizas ascendían y se perdían a lomos del viento en los confines del cielo.
No se movió hasta que no hubo ardido la última palabra. Luego miró al cielo por última vez, hizo una especie de mueca, de guiño o media sonrisa, se dio la vuelta y se marchó.
Ahora todos los periódicos locales se hacen eco de la noticia: "un viejo escritor demente dice guardar todos los archivos de su vida en el cielo".