8.7.10

Encrucijada

La mujer que conducía el viejo automóvil verde paró a un lado de la carretera cuando ésta se partía en dos y cada brazo o cabeza de la misma tomaba direcciones antagónicas.
Orillada en el arcén, la mujer, de pelo rojo, salió del coche, miró el cielo azul con hilachas blancas que reverberaba en los cristales tintados de sus gafas de sol, y cogió un paquete de cigarrillos del salpicadero ardiente a punto de incendiarse. Sacó un pequeño encendedor del único bolsillo de su ceñida falda negra. Prendió uno de los cigarrillos y lo selló con el carmín de sus rojos y carnosos labios. Fumaba lento y profundo, con indiscreto placer, apenas apoyada en el capó. Mientras tanto, miraba distraída y absorta la encrucijada de caminos, sin que su rostro denotara el azaroso rumbo de sus pensamientos.
Habían pasado casi diez minutos cuando la mujer, dando una última y larga calada, dejó caer los restos incandescentes del cigarrillo al suelo, aplastándolo con el tacón también rojo de su zapato izquierdo. Fue justo en ese momento cuando se dio la vuelta y echó un vistazo a su pasado más reciente. El hombre empezaba a divisarse a lo lejos, cual perro sediento, arrastrando los pasos por el arcén, aún fantasma de la calima, aún con el collar colgando del cuello.
Permaneció medio minuto observándolo, el tiempo suficiente para decidir que debía de haber recorrido unos cinco kilómetros desde la gasolinera. Entonces empezó a sentir un repentino cansancio y una extraña pesadez recorriendo sus largas piernas.
Finalmente subió de nuevo al coche y tiró de la puerta verde, arrancó de un golpe y retomó el asfalto con un decidido giro de llantas. No dudo en su elección, puso el intermitente al llegar al cruce y aceleró. No volvió a mirar por el retrovisor hasta bien pasados los siguientes cien kilómetros.
Su torso estaba cubierto por un fina blusa de seda roja, por la que se transparentaba un sugerente sujetador de algodón blanco, el único blanco presente junto a las hilachas vagabundas del cielo y la espuma del océano que en secreto había elegido como destino.

2 comentarios:

pepa mas gisbert dijo...

Parada en la encrucijada, no para decidir que camino escoger, si no para contemplar lo que dejaba atrás por útlima y deseada vez.

N Ó M A D A dijo...

Hay veces en las que mirar atrás sólo sirve para seguir hacia adelante.